viernes, 11 de abril de 2014

CONOZCAMOS A CARLOS CAÑAS

CONOZCAMOS A CARLOS CAÑAS



Carlos Cañas: "Ni muerto voy a ser valorado en este país"
Escrito por una entrevista de Carlos Chávez

El Premio Nacional de Cultura me tiene ya tan cansado. Me lo debieron haber dado desde que pinté el mural del Teatro Nacional, Y si me lo dan, lo rechazo, a no ser que sea la izquierda.”

Carlos Cañas, el pintor que hizo del Teatro Nacional su Capilla Sixtina, no deja de pensar cosas agudas. A los 85 años dice que es una porquería que el país no celebre el arte ni a los artistas. Que como si se tratase de una obra abstracta, se le malinterpreta. Que muchos lo odian sin razón. Que su casa, atiborrada de óleos y esculturas, se ha convertido en su propio y único museo, uno que le recuerda que es pionero del arte abstracto en El Salvador.
Asegura que cada día asume ser feliz, aceptando lo que niega: que no hay justicia para alguien que ha denunciado la injusticia con arte. Lo dice mientras ve en la distancia, desde la terraza de su hogar, la Catedral Metropolitana. Nota que en el paisaje ya no puede ver a la Universidad de El Salvador –donde impartió clases por más de 14 años– porque en la parte alta de la colonia Escalón los edificios brotan como espárragos de cemento.
El maestro viste jeans, camiseta negra y zapatillas celestes. En conjunción de sus gafas y su melena canosa parece un sosegado y longevo gurú. Camina despacio en su amplio estudio, donde hay colgados o apilados un sinfín de óleos, libros, aguatintas... Hay una olla precolombina de la que asoma la cola de un mapache. Y una foto color sepia, de cuando él tenía 40 años, que lo describe como alguien que antes aspiraba cigarros, que era más robusto, pero que no ha cambiado peinado. Sobre una mesita hay un libro titulado “Picasso et les maitres” y unas acuarelas que parecen frescas, figuras de mujeres deformadas que Cañas explica: “Ahora estoy en la irrealidad, porque me genera mayor sentido de la realidad, porque es libre. Soy libre”.
Un día antes de la entrevista, el jueves 21 de mayo, Cañas completó 54 años de matrimonio con Carmen, su esposa de 80 años. Una española de plática infinita, tanto que es casi su relacionista pública. Ese mismo jueves, en la noche, ambos asistieron, vestidos de negro y blanco, al Museo Forma, a la inauguración de una exposición titulada “Julia Díaz y sus amigos”.
Allí, ante muy pocos asistentes, se dijo que de la generación de ilustres artistas como Julia Díaz, Noé Canjura y Benjamín Saúl el único vivo era Carlos Cañas, “el Picasso de El Salvador”. Y le pidieron unas palabras. El clásico de clásicos tomó el micrófono y sin más reclamó. Dijo que a diferencia de Julia Díaz, al morir no sería recordado por los salvadoreños. Porque sus pinturas no se venden ni se promueven ni ocupan salas de ningún museo. El escueto y adinerado auditorio se quedó con los ojos como platos. Trataron de aplaudirle.
Dicen que Carlos Cañas pasa de ser afable a áspero en cuestión de segundos.
Sí, es cierto. Pero tiene sus aspectos del porqué. Cuando yo estoy en búsqueda de algo que me interesa para los demás, cualquier cosa me molesta y contesto fuertemente. Por lo demás, no; tengo una bondad excesiva. Me regalo excesivamente a la gente, aun en la educación y en todo.
¿Eso habría originado su salida en 2001 como director del CENAR (Centro Nacional de Artes)?
En parte sí. En parte fue porque teníamos un problema con los cubanos que habían venido a la orquesta juvenil del CENAR y otros señores que habían venido de afuera. Entonces yo me oponía a cosas como esa, así como a que hubiera profesores que ganaran sueldos sin presentarse. Y eso fue lo que llegó a crear ese problema con los jefes altos. Cuando protesté, me echaron. Incluso se me acusó de ladrón. Con la gente que estaba bajo mi mando no tuve problemas. Ellos me querían mucho, algunos me siguen visitando.
¿Cómo es el mundillo de artistas salvadoreños?
Es un mundo cerrado, complicado, lleno de envidias, de cosas de ese tipo. No existe la solidaridad. Los amigos son uno, dos o tres. Por ejemplo, yo soy fundador, con Camilo Minero y otros pintores, de un grupo de pintores independientes. Y hacíamos exposiciones en cualquier parte. De repente, yo parto a España (en 1950) y cuando vengo (en 1958) no está Minero ni otros, porque habían partido a México. Y aquí encuentro un odio a mi persona, porque yo era considerado un franquista. Ya no me veían como el muchacho de izquierda que les enseñó a pensar, les enseñé estética, les enseñé a leer libros... Luego ya no nos hablábamos. Y hay algunos que todavía me odian.
¿Carlos Cañas tiene enemigos?
Hay una cantidad de muchachos que yo no conozco pero que me odian. En ese grupo, ADAPES (Asociación de Artistas Plásticos de El Salvador), hay una cantidad, que no vale la pena decir sus nombres, pero escuchan mi nombre y empiezan a echar pestes. Yo ni los conozco, no he tratado con ellos.
¿Y nunca ha estado involucrado en esa asociación?
Nunca. Jamás. Yo siempre me he considerado un francotirador, me gusta la soledad.
Pinta mucho a la soledad. ¿Cuál es su relación con ella?
La soledad es un tema por excelencia. Toda mi juventud fui solitario. Ahora mi soledad la acompaña Carmen, mi esposa. Pero yo vivo solo. La sociedad permite que uno viva así.
¿Y cómo se soporta la soledad?
Me pongo a leer, escribir y pintar, para mí es una gran terapia. Mientras esté pintando paso de las 7 de la mañana hasta las 7 de la noche. Yo no me acuerdo del tiempo, ni de nadie. Estoy libre. Liberado. La soledad es cuando no hago nada. Cuando sé que hay problemas económicos y no puedo hacer nada. En la soledad me siento agobiado. Me siento fuera del humanismo, que no soy una persona. Alguien que no puede sostener su vida, porque lo único que sabe hacer es pintar y escribir un poco. Y eso es lo que quise ser. Creyendo que con eso obtenía, según mis profesores o lo que oía hablar entonces, arte para la patria. En un país donde ¿de qué sirve hacer esas cosas? Pero tenemos que hacerlas.
¿De qué color está hecho El Salvador?
Hay dos partes: el color de la miseria, serían grises de la pobreza. Y luego está el color, mi color, sobre la valoración de un país. El Salvador no tiene por qué ser triste. El color rojo es para mí un color vital. La pobreza tiene un color diferente. Nunca vamos a pintar la pobreza con colores brillantes, porque estaríamos engañando.
Viendo alrededor del estudio, hay casi igual cantidad de cuadros rojos que grises. Hay varios de los que él cataloga grises o de “tema humano”, que no tienen nada de abstracto. Un óleo gris: dos gordiflones, millonarios, sobre dos pobres entristecidos. Carlos comenta que de pequeño se acostumbró a vivir en la pobreza, no en la miseria. Que él buscó instruirse, leyendo, trabajando, que pensó “hacer arte para la patria”. Que partió a España, becado, en tiempos del dictador Francisco Franco, pero que nunca se apartó de su ideario comunista, de que un mundo más justo es posible.
El pintor que en 1984, aún en plena guerra civil, retrató la masacre del río Sumpul (obra que algunos se han atrevido a ponerle el sobrenombre de “El Guernica salvadoreño”) dice: “La valoración de una pintura es un circo. Y el circo está lleno de gente que puede pagar la entrada por su clase social. Pero hay gente que ve al circo desde el umbral”.
Ahora me acerco a una de sus pinturas abstractas, una de marrones suaves. Y hago una pregunta primitiva.
 ¿Qué significa?
Yo estudié a los mayas. Es una superficie, es arte matérico.
 ¿Y este cuadro de triángulos?
Yo lo llamé Carmen. Salarrué me decía: “Aquí está el retrato de tu mujer”. Pero no, son los triángulos de los desagües de una pared.
 Muchos lo conocen como el pionero del arte abstracto en el país. Hay otros que dicen que fue Salarrué.
No. Soy yo el que lo hago. Salarrué trae unas cosas cuando estuvo de agregado cultural en Nueva York.
Pero el abstracto lo hice yo, lo hice con escuela. Hay pintura poética, hay pintura con mucha fantasía la de Salarrué... un poco infantil, un poco de los niños. Pero pintura abstracta lo hizo al final, yo la llamaría pintura de lo ciego, de pintar estrellitas y cosas así. Pero llegar al concepto de lo abstracto, nunca llegó, yo sí lo hice. Pero eso no le quita nada a Salarrué, sino lo contrario.
¿Qué influencia ha tenido su esposa, Carmen, en su vida y obra?
Ella es una mujer de extracción campesina, pero con estudios estupendos en Letras e Historia. Carmen me condujo a pensar mejor. Eso ya lo trae el pueblo español, me enseñó el humanismo. Aquí, en cambio, hay un odio, uno contra el otro, que sigue existiendo.
En España descubrió que le interesaba la literatura, ¿sobre qué escribía?
He escrito muchos poemas. El único libro que he escrito es “Carta a Cristina”. Es un testamento poético, hablo de la historia del arte y prosa libre, nunca lo edité. Y tengo una novela autobiográfica, entre hecha y no hecha, porque mi temor es que si la termino me muero. Allí tengo los papeles. Tengo todas las relaciones de tiempo y espacio de lo que va a suceder. La literatura me dominó.
¿Qué calidad considera que tiene su literatura?
Si yo siguiera escribiendo versos, habría muy pocos poetas como yo en El Salvador. Podría ser el único. Y eso no le gustaba a los poetas cuando yo publicaba un verso. Eso no pasaba en España, un médico podía pintar y hacer versos y ser reconocido y aplaudido. Era una poesía moderna, en ese entonces.
¿Cuándo fue la última vez que escribió?
¡Uy, hace tiempos! Lo último que estuve escribiendo fue cuando estuve en el CENAR, hará seis u ocho años de eso. Escribía un tratado de cómo debe de ser una escuela de arte, cómo dominar un estilo, cómo debe de ser la música y la enseñanza. Hice varios que allí andan, tirados.
¿Tendrían aún vigencia esos tratados para el CENAR?
No. Porque eran cosas generales para ser discutidas, y en la discusión sacar lo importante para eso. La primera idea era básica: no enseñar a pintar tal como uno lo aprendió. Porque no es matemática, sino enseñar el desarrollo de la creatividad, la libertad del individuo, conociendo su material de trabajo. Lo que tenía que aprender un alumno era a manejar los materiales de trabajo, aunque fueran escasos, y con eso hacer lo que quiera, a partir de su creatividad. Eso es lo que siempre quise enseñar. Pero...
Son tiempos de Art Performances, intervención de espacios, exhibiciones de animales famélicos, ¿qué opina del arte actual?
No sabría decirlo. Para empezar no es nuevo, empezó antes del cubismo y el surrealismo. Esto es una realidad que hay que aceptar, o es una negación que yo quiero hacer. Si lo mío no es aceptado como forma pictórica, ¿cómo es posible que esto que no es ni escultura ni pintura sea aceptado como arte? El daño es tremendo. En Europa y Estados Unidos esto se da en grado mínimo. Se llegó a que un señor coge rollos de tela y cubre edificios. O aquel inglés que mete animales en formol y los vende carísimos, eso es un engaño. En Italia alguien llenó de piedras una calle y un rótulo de “Si no le gusta: cámbielo”. Hay tendencias.
En términos de cultura, ¿cómo ve al salvadoreño promedio?
Hay detalles sociales. Ahora hay más gente que estudia filosofía o periodismo, antes era poco. Ahora en los periódicos hay intentos de ensayos políticos, y el periodista hasta pone su nombre. De Osorio (1950) para acá hubo una serie de cambios... La gente ya pensaba distinto, quedaba aquello de que se embriagan demasiado. Cuando regresé al país con mi mujer le dije que íbamos a ir a un pueblo autóctono, bellísimo. Y cuando llegamos a Panchimalco me encuentro a toda la gente con jeans. Me dijeron que los gringos habían hecho allí una película de piratas y llegaron con jeans. ¡Todos los indios de Panchimalco con jeans! Desaparecieron las cosas que hacían: collares y cosas así. ¿Y cuál es el pueblo autóctono? ¿Esa película dañó al pueblo? Se dañó la cultura original, a la que nunca debería dañarse. Hay cambios. Para bien o para mal la cultura cambia.
¿Qué le falta por lograr a Carlos Cañas?
Lo que yo quiero lograr es seguir haciendo mi obra. Y que sea lo que yo quiero que sea: puntos, rayas o solo manchas. No puedo pedir un cambio para mi situación económica, porque no la voy a tener. Ya lo intenté: fui catedrático de la Universidad Nacional por 14 años y antes había sido profesor a horas clases. Nunca vi que hubiese un acceso a la gente para que compren pintura. Sí se compraban cosas, pero era una cosa relativa. Siempre viví con el sueño de que las cosas iban a cambiar...
Y el Premio Nacional de Cultura...
El Premio Nacional de Cultura me tiene ya tan cansado. Me lo debieron haber dado desde que pinté el mural del Teatro Nacional, y nunca me lo han dado. Y si me lo dan, lo rechazo, a no ser que sea la izquierda.
¿La izquierda sí reconocería su arte?
Yo siempre quise que la izquierda llegase a gobernar, el FMLN. Entonces yo iba a tener mayores soluciones a mis cosas. Es otra gente, más afín. Yo nunca he pedido nada. A partir de que he consultado, he aceptado cosas. Allí me dieron los diputados el hijo predilecto de no sé qué, y el reconocimiento Matías Delgado... Una vez la embajada mexicana cambió de agregado cultural y este llegó diciéndome: “Queremos darle la Orden de las Artes y las Letras de México”. ¿Otra vez? ¡Pero si ya me lo dieron una vez!, le dije. ¿Y sirve eso para algo? ¿Es un cheque o algo así? Y me respondió que había tantos pintores pidiendo esa orden que pensó que yo no lo tenía... He conseguido distinciones en Francia, y allí sí, me sentí feliz, me preguntaba ¿por qué Francia sí me regala esto?
Carmen, la esposa del pintor Carlos Cañas, asoma detrás de una pared. Parece que ha escuchado esta parte de la conversación. Dice que a ella le simpatizan los homosexuales, pero ironiza con que si su marido hubiese sido uno, tal vez así tendría más atención y reconocimiento de su arte. Carlos ríe, pero después dice: “Carmen espérate, déjame hablar”... “Carmen espérate”. Se pone serio y se queda viendo una revista, una en cuya portada aparece su mural, el del Teatro Nacional. “Ahora que lo estoy viendo... Si usted supiera lo que yo cobré por hacerlo... se moriría de la risa”.
¿Cuánto cobró?
No le digo. Pero cuando vieron que yo no lo quería hacer, me dijeron que se lo iban a dar a un italiano que le habían ofrecido 10,000... o 50,000 ¿Cuánto era?... ¡$40,000!
¿$40,000 costó el mural del Teatro Nacional?
No era nada. Pero si no, no se hace. Hubieran traído a un extranjero y hubiera hecho una babosada. ¿Por qué? Aquí había muchos pintores que se llamaban muralistas. Yo hice un mural mosaico en la parte delantera de la Caja de Crédito, la que estaba por la ex embajada de Estados Unidos. Un terremoto la rajó, quise repararla, pero la botaron. ¿Alguien dijo algo? Cuando se tomaron la Universidad de El Salvador, deshicieron los murales que hice, aunque sí había hecho unos políticos en el Departamento de Arquitectura, pero eran sobre todo temas mayas. Ahí encuentro un reguero de dibujos míos con huellas de zapatos. ¿Podría estar contento con este país? Las cosas pasan porque es parte de un destino, hay que aceptarlo.
¿Usted es un hombre feliz?
Si soy un hombre solitario, soy feliz en la soledad. Cuando estoy con mi esposa y mis hijos. Cuando veo que hay reconocimientos culturales y del arte soy feliz, pero eso no es constante. Tengo que estar feliz. Pero siempre me pregunto por qué este país no promueve el arte. Somos un país que vive de la cultura ajena. Julia Díaz luchó por un museo, pero fui ayer allí y me dio tristeza. Yo no quería ir a ese evento.
¿Qué le entristeció?
La miseria cultural: unos pocos asistentes.
Tiene 85 años. ¿A qué conclusión ha llegado con su arte?
Tengo la soledad llena de felicidad, creo que he logrado lo más grande. Pero cuando me despierto siento que no he logrado nada, en cuanto a que la sociedad salvadoreña entienda esta cosa. Se me han acercado muchísimos y les he enseñado muchísimo. Les he enseñado hasta cómo vestirse a gente en la universidad, pero...
¿Qué lugar ocupa su arte en el país?
No lo sé. Creo que ninguno. Aquí en casa estamos con el problema de que si me muero ¿qué hacemos con todo esto?
Hace unos años dijo que al morir iba a pedir quemar su obra porque nadie la cuidaría. ¿Eso sigue en pie?
Si yo muero antes, todo esto pasa a Carmen, mi esposa. Si ella lo quiere quemar, que lo queme. Si no, que lo regale a quien sea. Aun ni muerto voy a ser valorado en este país, como lo tiene Julia Díaz, que tiene su museo. ¡Mire a José Mejía Vides, que fue mi profesor! ¿Quién habla de él?
¿Y cuántas pinturas podrían ser calcinadas?
Tengo unas ciento y pico pinturas. Grabados y dibujos tengo más, tengo mil y pico.
Carmen asiente que quemará los muchos cuadros que la rodean. Muchos de gran tamaño y muy vistosos. Señala un cuadro con rostros de niños a punto de gritar. Parecen haberle escuchado.
¿Usted es un genio?
Me lo han dicho y he llegado a creerlo. Me lo han dicho por la prensa, afuera. Pero un genio tiene ingresos económicos, vende su obra, vive de eso. Yo he podido educar a mis hijos bastante bien... Pero tener una mujer española aquí, y que tengan que pasar 15 o 20 años para lograr llevarla de regreso a España...
¿Cuándo fue la última vez que vendió un cuadro?
Creo que a principios de este año... un señor gringo que me llamó. Que no le entendimos, solo que había estado en el Museo de Arte, y había visto mi pintura y la quería. Era un cuadro abstracto. Y el otro era un cuadro oscuro, café, que no tenía nada. Era lo que quería.
¿Cuál es el porvenir de la pintura salvadoreña a partir de lo que ha visto?
La pintura en El Salvador está muerta desde hace más de 20 años. Se ha terminado. Ha concluido. Porque al venir los conceptos nuevos, que no están basados en un conocimiento de lo que es esto, se destruye lo anterior. Se destruye. Picasso en Europa siempre está arriba; aquí ya estuviera destruido, es una porquería.
Si estuviera aquí un joven indeciso de si ser pintor o otra cosa, ¿qué le diría?
Que se va a morir de hambre. Pero si es fuerte, que continúe.







No hay comentarios:

Publicar un comentario