CONOZCAMOS A
CARLOS CAÑAS
Carlos Cañas: "Ni muerto voy a ser valorado en
este país"
Escrito por una entrevista de Carlos Chávez
El Premio Nacional de
Cultura me tiene ya tan cansado. Me lo debieron haber dado desde que
pinté el mural del Teatro Nacional,
Y si me lo dan, lo rechazo, a no ser que sea la izquierda.”
Carlos Cañas, el pintor que
hizo del Teatro Nacional su Capilla Sixtina, no deja de pensar cosas
agudas. A los 85 años dice que es una porquería que el país no celebre el arte
ni a los artistas. Que como si se tratase de una obra abstracta, se le
malinterpreta. Que muchos lo odian sin razón. Que su casa, atiborrada de óleos
y esculturas, se ha convertido en su propio y único museo, uno que le recuerda
que es pionero del arte abstracto en El Salvador.
Asegura que cada
día asume ser feliz, aceptando lo que niega: que no hay justicia para alguien
que ha denunciado la injusticia con arte. Lo dice mientras ve en la distancia,
desde la terraza de su hogar, la Catedral Metropolitana. Nota que en el paisaje
ya no puede ver a la Universidad de El Salvador –donde impartió clases por más
de 14 años– porque en la parte alta de la colonia Escalón los edificios brotan
como espárragos de cemento.
El maestro viste
jeans, camiseta negra y zapatillas celestes. En conjunción de sus gafas y su
melena canosa parece un sosegado y longevo gurú. Camina despacio en su amplio
estudio, donde hay colgados o apilados un sinfín de óleos, libros,
aguatintas... Hay una olla precolombina de la que asoma la cola de un mapache.
Y una foto color sepia, de cuando él tenía 40 años, que lo describe como alguien
que antes aspiraba cigarros, que era más robusto, pero que no ha cambiado
peinado. Sobre una mesita hay un libro titulado “Picasso et les maitres” y unas
acuarelas que parecen frescas, figuras de mujeres deformadas que Cañas explica:
“Ahora estoy en la irrealidad, porque me genera mayor sentido de la realidad,
porque es libre. Soy libre”.
Un día antes de la
entrevista, el jueves 21 de mayo, Cañas completó 54 años de matrimonio con
Carmen, su esposa de 80 años. Una española de plática infinita, tanto que es
casi su relacionista pública. Ese mismo jueves, en la noche, ambos asistieron,
vestidos de negro y blanco, al Museo Forma, a la inauguración de una exposición
titulada “Julia Díaz y sus amigos”.
Allí, ante muy
pocos asistentes, se dijo que de la generación de ilustres artistas como Julia
Díaz, Noé Canjura y Benjamín Saúl el único vivo era Carlos Cañas, “el
Picasso de El Salvador”. Y le pidieron unas palabras. El clásico de clásicos
tomó el micrófono y sin más reclamó. Dijo que a diferencia de Julia Díaz, al
morir no sería recordado por los salvadoreños. Porque sus pinturas no se venden
ni se promueven ni ocupan salas de ningún museo. El escueto y adinerado
auditorio se quedó con los ojos como platos. Trataron de aplaudirle.
Dicen que Carlos
Cañas pasa de ser afable a áspero en cuestión de segundos.
Sí, es cierto. Pero
tiene sus aspectos del porqué. Cuando yo estoy en búsqueda de algo que me
interesa para los demás, cualquier cosa me molesta y contesto fuertemente. Por
lo demás, no; tengo una bondad excesiva. Me regalo excesivamente a la gente,
aun en la educación y en todo.
¿Eso habría
originado su salida en 2001 como director del CENAR (Centro Nacional de Artes)?
En parte sí. En
parte fue porque teníamos un problema con los cubanos que habían venido a la orquesta
juvenil del CENAR y otros señores que habían venido de afuera. Entonces yo me
oponía a cosas como esa, así como a que hubiera profesores que ganaran sueldos
sin presentarse. Y eso fue lo que llegó a crear ese problema con los jefes
altos. Cuando protesté, me echaron. Incluso se me acusó de ladrón. Con la gente
que estaba bajo mi mando no tuve problemas. Ellos me querían mucho, algunos me
siguen visitando.
¿Cómo es el
mundillo de artistas salvadoreños?
Es un mundo
cerrado, complicado, lleno de envidias, de cosas de ese tipo. No existe la
solidaridad. Los amigos son uno, dos o tres. Por ejemplo, yo soy fundador, con
Camilo Minero y otros pintores, de un grupo de pintores independientes. Y
hacíamos exposiciones en cualquier parte. De repente, yo parto a España (en
1950) y cuando vengo (en 1958) no está Minero ni otros, porque habían partido a
México. Y aquí encuentro un odio a mi persona, porque yo era considerado un
franquista. Ya no me veían como el muchacho de izquierda que les enseñó a
pensar, les enseñé estética, les enseñé a leer libros... Luego ya no nos
hablábamos. Y hay algunos que todavía me odian.
¿Carlos Cañas
tiene enemigos?
Hay una cantidad de
muchachos que yo no conozco pero que me odian. En ese grupo, ADAPES (Asociación
de Artistas Plásticos de El Salvador), hay una cantidad, que no vale la pena
decir sus nombres, pero escuchan mi nombre y empiezan a echar pestes. Yo ni los
conozco, no he tratado con ellos.
¿Y nunca ha estado
involucrado en esa asociación?
Nunca. Jamás. Yo
siempre me he considerado un francotirador, me gusta la soledad.
Pinta mucho a la
soledad. ¿Cuál es su relación con ella?
La soledad es un
tema por excelencia. Toda mi juventud fui solitario. Ahora mi soledad la
acompaña Carmen, mi esposa. Pero yo vivo solo. La sociedad permite que uno viva
así.
¿Y cómo se soporta
la soledad?
Me pongo a leer,
escribir y pintar, para mí es una gran terapia. Mientras esté pintando paso de
las 7 de la mañana hasta las 7 de la noche. Yo no me acuerdo del tiempo, ni de
nadie. Estoy libre. Liberado. La soledad es cuando no hago nada. Cuando sé que
hay problemas económicos y no puedo hacer nada. En la soledad me siento
agobiado. Me siento fuera del humanismo, que no soy una persona. Alguien que no
puede sostener su vida, porque lo único que sabe hacer es pintar y escribir un
poco. Y eso es lo que quise ser. Creyendo que con eso obtenía, según mis
profesores o lo que oía hablar entonces, arte para la patria. En un país donde
¿de qué sirve hacer esas cosas? Pero tenemos que hacerlas.
¿De qué color está
hecho El Salvador?
Hay dos partes: el
color de la miseria, serían grises de la pobreza. Y luego está el color, mi
color, sobre la valoración de un país. El Salvador no tiene por qué ser triste.
El color rojo es para mí un color vital. La pobreza tiene un color diferente.
Nunca vamos a pintar la pobreza con colores brillantes, porque estaríamos
engañando.
Viendo alrededor
del estudio, hay casi igual cantidad de cuadros rojos que grises. Hay varios de
los que él cataloga grises o de “tema humano”, que no tienen nada de abstracto.
Un óleo gris: dos gordiflones, millonarios, sobre dos pobres entristecidos.
Carlos comenta que de pequeño se acostumbró a vivir en la pobreza, no en la
miseria. Que él buscó instruirse, leyendo, trabajando, que pensó “hacer arte
para la patria”. Que partió a España, becado, en tiempos del dictador Francisco
Franco, pero que nunca se apartó de su ideario comunista, de que un mundo más
justo es posible.
El pintor que en
1984, aún en plena guerra civil, retrató la masacre del río Sumpul (obra que
algunos se han atrevido a ponerle el sobrenombre de “El Guernica salvadoreño”)
dice: “La valoración de una pintura es un circo. Y el circo está lleno de gente
que puede pagar la entrada por su clase social. Pero hay gente que ve al circo
desde el umbral”.
Ahora me acerco a
una de sus pinturas abstractas, una de marrones suaves. Y hago una pregunta
primitiva.
¿Qué
significa?
Yo estudié a los
mayas. Es una superficie, es arte matérico.
¿Y este
cuadro de triángulos?
Yo lo llamé Carmen.
Salarrué me decía: “Aquí está el retrato de tu mujer”. Pero no, son los
triángulos de los desagües de una pared.
Muchos lo
conocen como el pionero del arte abstracto en el país. Hay otros que
dicen que fue Salarrué.
No. Soy yo el que
lo hago. Salarrué trae unas cosas cuando estuvo de agregado cultural en Nueva
York.
Pero el abstracto
lo hice yo, lo hice con escuela. Hay pintura poética, hay pintura con mucha
fantasía la de Salarrué... un poco infantil, un poco de los niños. Pero pintura
abstracta lo hizo al final, yo la llamaría pintura de lo ciego, de pintar
estrellitas y cosas así. Pero llegar al concepto de lo abstracto, nunca
llegó, yo sí lo hice. Pero eso no le quita nada a Salarrué, sino lo contrario.
¿Qué influencia ha
tenido su esposa, Carmen, en su vida y obra?
Ella es una mujer
de extracción campesina, pero con estudios estupendos en Letras e Historia.
Carmen me condujo a pensar mejor. Eso ya lo trae el pueblo español, me enseñó
el humanismo. Aquí, en cambio, hay un odio, uno contra el otro, que sigue
existiendo.
En España descubrió
que le interesaba la literatura, ¿sobre qué escribía?
He escrito muchos
poemas. El único libro que he escrito es “Carta a Cristina”. Es un testamento
poético, hablo de la historia del arte y prosa libre, nunca lo edité. Y tengo
una novela autobiográfica, entre hecha y no hecha, porque mi temor es que si la
termino me muero. Allí tengo los papeles. Tengo todas las relaciones de tiempo
y espacio de lo que va a suceder. La literatura me dominó.
¿Qué calidad
considera que tiene su literatura?
Si yo siguiera
escribiendo versos, habría muy pocos poetas como yo en El Salvador. Podría ser
el único. Y eso no le gustaba a los poetas cuando yo publicaba un verso. Eso no
pasaba en España, un médico podía pintar y hacer versos y ser reconocido y
aplaudido. Era una poesía moderna, en ese entonces.
¿Cuándo fue la
última vez que escribió?
¡Uy, hace tiempos!
Lo último que estuve escribiendo fue cuando estuve en el CENAR, hará seis u
ocho años de eso. Escribía un tratado de cómo debe de ser una escuela de arte,
cómo dominar un estilo, cómo debe de ser la música y la enseñanza. Hice varios
que allí andan, tirados.
¿Tendrían aún
vigencia esos tratados para el CENAR?
No. Porque eran
cosas generales para ser discutidas, y en la discusión sacar lo importante para
eso. La primera idea era básica: no enseñar a pintar tal como uno lo aprendió.
Porque no es matemática, sino enseñar el desarrollo de la creatividad, la
libertad del individuo, conociendo su material de trabajo. Lo que tenía que
aprender un alumno era a manejar los materiales de trabajo, aunque fueran
escasos, y con eso hacer lo que quiera, a partir de su creatividad. Eso es lo
que siempre quise enseñar. Pero...
Son tiempos de Art
Performances, intervención de espacios, exhibiciones de animales famélicos,
¿qué opina del arte actual?
No sabría decirlo.
Para empezar no es nuevo, empezó antes del cubismo y el surrealismo. Esto es
una realidad que hay que aceptar, o es una negación que yo quiero hacer. Si lo
mío no es aceptado como forma pictórica, ¿cómo es posible que esto que no es ni
escultura ni pintura sea aceptado como arte? El daño es tremendo. En Europa y
Estados Unidos esto se da en grado mínimo. Se llegó a que un señor coge rollos
de tela y cubre edificios. O aquel inglés que mete animales en formol y los
vende carísimos, eso es un engaño. En Italia alguien llenó de piedras una calle
y un rótulo de “Si no le gusta: cámbielo”. Hay tendencias.
En términos de
cultura, ¿cómo ve al salvadoreño promedio?
Hay detalles
sociales. Ahora hay más gente que estudia filosofía o periodismo, antes era
poco. Ahora en los periódicos hay intentos de ensayos políticos, y el
periodista hasta pone su nombre. De Osorio (1950) para acá hubo una serie de
cambios... La gente ya pensaba distinto, quedaba aquello de que se embriagan
demasiado. Cuando regresé al país con mi mujer le dije que íbamos a ir a un
pueblo autóctono, bellísimo. Y cuando llegamos a Panchimalco me encuentro a
toda la gente con jeans. Me dijeron que los gringos habían hecho allí una
película de piratas y llegaron con jeans. ¡Todos los indios de Panchimalco con
jeans! Desaparecieron las cosas que hacían: collares y cosas así. ¿Y cuál es el
pueblo autóctono? ¿Esa película dañó al pueblo? Se dañó la cultura original, a
la que nunca debería dañarse. Hay cambios. Para bien o para mal la cultura
cambia.
¿Qué le falta por
lograr a Carlos Cañas?
Lo que yo quiero
lograr es seguir haciendo mi obra. Y que sea lo que yo quiero que sea: puntos,
rayas o solo manchas. No puedo pedir un cambio para mi situación económica,
porque no la voy a tener. Ya lo intenté: fui catedrático de la Universidad
Nacional por 14 años y antes había sido profesor a horas clases. Nunca vi que
hubiese un acceso a la gente para que compren pintura. Sí se compraban cosas,
pero era una cosa relativa. Siempre viví con el sueño de que las cosas iban a
cambiar...
Y el Premio
Nacional de Cultura...
El Premio
Nacional de Cultura me tiene ya tan cansado. Me lo debieron haber dado
desde que pinté el mural del Teatro Nacional, y nunca me lo han dado. Y
si me lo dan, lo rechazo, a no ser que sea la izquierda.
¿La izquierda sí
reconocería su arte?
Yo siempre quise
que la izquierda llegase a gobernar, el FMLN. Entonces yo iba a tener mayores
soluciones a mis cosas. Es otra gente, más afín. Yo nunca he pedido nada. A
partir de que he consultado, he aceptado cosas. Allí me dieron los diputados el
hijo predilecto de no sé qué, y el reconocimiento Matías Delgado... Una vez la
embajada mexicana cambió de agregado cultural y este llegó diciéndome:
“Queremos darle la Orden de las Artes y las Letras de México”. ¿Otra vez? ¡Pero
si ya me lo dieron una vez!, le dije. ¿Y sirve eso para algo? ¿Es un cheque o
algo así? Y me respondió que había tantos pintores pidiendo esa orden que pensó
que yo no lo tenía... He conseguido distinciones en Francia, y allí sí, me
sentí feliz, me preguntaba ¿por qué Francia sí me regala esto?
Carmen, la esposa
del pintor Carlos Cañas, asoma detrás de una pared. Parece que ha
escuchado esta parte de la conversación. Dice que a ella le simpatizan los
homosexuales, pero ironiza con que si su marido hubiese sido uno, tal vez así
tendría más atención y reconocimiento de su arte. Carlos ríe, pero después
dice: “Carmen espérate, déjame hablar”... “Carmen espérate”. Se pone serio y se
queda viendo una revista, una en cuya portada aparece su mural, el del Teatro
Nacional. “Ahora que lo estoy viendo... Si usted supiera lo que yo cobré
por hacerlo... se moriría de la risa”.
¿Cuánto cobró?
No le digo. Pero
cuando vieron que yo no lo quería hacer, me dijeron que se lo iban a dar a un
italiano que le habían ofrecido 10,000... o 50,000 ¿Cuánto era?... ¡$40,000!
¿$40,000 costó el
mural del Teatro Nacional?
No era nada. Pero
si no, no se hace. Hubieran traído a un extranjero y hubiera hecho una
babosada. ¿Por qué? Aquí había muchos pintores que se llamaban muralistas. Yo
hice un mural mosaico en la parte delantera de la Caja de Crédito, la que
estaba por la ex embajada de Estados Unidos. Un terremoto la rajó, quise
repararla, pero la botaron. ¿Alguien dijo algo? Cuando se tomaron la
Universidad de El Salvador, deshicieron los murales que hice, aunque sí había
hecho unos políticos en el Departamento de Arquitectura, pero eran sobre todo
temas mayas. Ahí encuentro un reguero de dibujos míos con huellas de zapatos.
¿Podría estar contento con este país? Las cosas pasan porque es parte de un
destino, hay que aceptarlo.
¿Usted es un hombre
feliz?
Si soy un hombre
solitario, soy feliz en la soledad. Cuando estoy con mi esposa y mis hijos.
Cuando veo que hay reconocimientos culturales y del arte soy feliz, pero eso no
es constante. Tengo que estar feliz. Pero siempre me pregunto por qué este país
no promueve el arte. Somos un país que vive de la cultura ajena. Julia Díaz
luchó por un museo, pero fui ayer allí y me dio tristeza. Yo no quería ir a ese
evento.
¿Qué le
entristeció?
La miseria
cultural: unos pocos asistentes.
Tiene 85 años. ¿A
qué conclusión ha llegado con su arte?
Tengo la soledad
llena de felicidad, creo que he logrado lo más grande. Pero cuando me despierto
siento que no he logrado nada, en cuanto a que la sociedad salvadoreña entienda
esta cosa. Se me han acercado muchísimos y les he enseñado muchísimo. Les he
enseñado hasta cómo vestirse a gente en la universidad, pero...
¿Qué lugar ocupa su
arte en el país?
No lo sé. Creo que
ninguno. Aquí en casa estamos con el problema de que si me muero ¿qué hacemos
con todo esto?
Hace unos años dijo
que al morir iba a pedir quemar su obra porque nadie la cuidaría. ¿Eso sigue en
pie?
Si yo muero antes,
todo esto pasa a Carmen, mi esposa. Si ella lo quiere quemar, que lo queme. Si
no, que lo regale a quien sea. Aun ni muerto voy a ser valorado en este país,
como lo tiene Julia Díaz, que tiene su museo. ¡Mire a José Mejía Vides, que fue
mi profesor! ¿Quién habla de él?
¿Y cuántas pinturas
podrían ser calcinadas?
Tengo unas ciento y
pico pinturas. Grabados y dibujos tengo más, tengo mil y pico.
Carmen asiente que
quemará los muchos cuadros que la rodean. Muchos de gran tamaño y muy vistosos.
Señala un cuadro con rostros de niños a punto de gritar. Parecen haberle
escuchado.
¿Usted es un genio?
Me lo han dicho y
he llegado a creerlo. Me lo han dicho por la prensa, afuera. Pero un genio
tiene ingresos económicos, vende su obra, vive de eso. Yo he podido educar a
mis hijos bastante bien... Pero tener una mujer española aquí, y que tengan que
pasar 15 o 20 años para lograr llevarla de regreso a España...
¿Cuándo fue la
última vez que vendió un cuadro?
Creo que a
principios de este año... un señor gringo que me llamó. Que no le entendimos,
solo que había estado en el Museo de Arte, y había visto mi pintura y la
quería. Era un cuadro abstracto. Y el otro era un cuadro oscuro, café,
que no tenía nada. Era lo que quería.
¿Cuál es el
porvenir de la pintura salvadoreña a partir de lo que ha visto?
La pintura en El Salvador está muerta desde hace más de 20 años.
Se ha terminado. Ha concluido. Porque al venir los conceptos nuevos, que no
están basados en un conocimiento de lo que es esto, se destruye lo anterior. Se
destruye. Picasso en Europa siempre está arriba; aquí ya estuviera destruido,
es una porquería.
Si estuviera aquí
un joven indeciso de si ser pintor o otra cosa, ¿qué le diría?
Que se va a morir
de hambre. Pero si es fuerte, que continúe.
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