viernes, 11 de abril de 2014

CONOZCAMOS A ANTONIO GARCIA PONCE

CONOZCAMOS A ANTONIO GARCIA PONCE


In Memoriam al pintor salvadoreño.
Por Manlio Argueta

Apenas a veinte horas de su viaje al espacio etéreo y eterno sean estas palabras mi despedida a un artista  plástico salvadoreño. Fui de los primeros en conocer la pintura de Antonio Ponce García, él llegaba a vernos (al poeta Alfonso Kijadurías y a mí) a la Editorial Universitaria Universidad de El Salvador (en 1964, casi no salía de mi oficina, aun me sentía perseguido pero también tratando de liberarme, de “ganar la calle”, como se decía en esos tiempos, y tema sobre el que escribí un cuento que me gusta mucho). La oficina, que dirigía el escritor Italo López Vallecillos, estaba situada en la 8a. y 2a. o Mon. Oscar Romero en el centro histórico que ahora es un puterío, peligroso pero decente. Siempre lo recorro como señales de identidad de nuestras vidas de artistas de un pasado que comenzó a ser favorable a los poetas pero también funesto (1964-1969) porque nos quedábamos a mitad del camino que habíamos emprendido para llegar a niveles sociales de equidad y justicia, solidaridad y paz, tal como lo pregonábamos.

Fue entonces que decidimos con Italo López Vallecillos y otros poetas, hacer La Pájara Pinta, más que una revista era una especie de desahogo visceral, de visión por hacer algo importante, que llegara a América Latina. Como sucedió. En aquel entonces, desde un país invisible en el mundo, los sudamericanos nos llamaban los poetas de la “pájara pinta”, de un país que debía existir y que se llamaba El Salvador. Ahí le publicamos sus dibujos a García Ponce. Satisfechos de hacer transcender nuestra creciente literatura más allá de nuestras fronteras sin saber que venía años fatales: la guerra. Difícil hablar de poesía.

García Ponce, un novato en pintura, se alegraba cuando le decíamos que tenía gran fuerza imaginativa y que llegaría a ser el mejor pintor de nuestro país, se ponía serio, entre creer y no creer y luego se tiraba una carcajada (él estaba comenzando su trabajo de pintor) y nos lo creía; pese a estar iniciando su carrera mientras los escritores ya habíamos subido algunos peldaños en la empobrecida carrera del arte (ganando premiecitos que nos mantenían con vida).

No me equivoqué arriba cuando lo llamo Ponce García, por lo menos así nos dijo que se llamaba. Entre bromas y juegos con un pintor que comenzaba, le propuse que mejor se llamara García Ponce (en esa época era muy conocido un narrador mexicano de ese apellido, también Antonio). “Tienes que llamarte Antonio García Ponce como el escritor”, le dije; se puso muy contento y muy anuente, era parte de su personalidad, entusiasta e inocente para aceptar a los dos poetas jodedores que se tomaban esa confianza con él. Aceptó el cambio de nombre y el inicio de una fuerte amistad.

Siento mucho no haber conversado con él luego de mi regreso de Costa Rica, después de pasar allá 21 años. Ya en El Salvador, cuando comencé a trabajar en la zona del Centro Histórico (año 2000) lo vi vagar distraído, más de una vez disimuló verme. Yo también. No sé por qué, quizás un temor a enfrentar nuestro común pasado perdido entre las tinieblas, la separación de tantos años, yo en la bien ponderada Costa Rica mientras él a lo mejor se quedó en el país en guerra, testigo de a saber cuántas tragedias.

Conversé con alguien sobre el ensimismamiento del pintor y me dijo que por las señales quizás padecía de una gran depresión, solo era un supuesto pues siempre lo veía desde la distancia, sin saber el motivo de sus tristezas y abandono. Lo percibí como abandono, pese a que nunca me cupo la idea que fuese un bohemio o que descuidara su oficio vital y poético de la pintura.

Nuestro inmenso Carlos Cañas, padre y maestro del abstraccionismo en El Salvador, es al único pintor que acepta, “García Ponce es el más valioso, el único que se salva”, afirma al hablar de las nuevas generaciones. Claro, es una de sus expresiones muy al estilo polémico del  maestro y amigo Cañas. Por algo lo dice, aunque no comparto su opinión en un 100%. Tenemos otros artistas plásticos admirables.

Ponce -en verdad nunca le dije de otra manera- me dejó varios de sus cuadros de pintura que por mi vida trashumante  fue difícil conservar, mis escasas pertenencias las dejaba en casa de amigos y familiares cuando forzosamente abandonaba el país; las dejaba en depósito; me cabe la satisfacción que los cuadros aun los conservan.

Mi error existencial: jamás le pregunté qué le pasaba, pese a advertir que se estaba autodestruyendo, parecido a un enorme dolor, víctima de una realidad que todos o la mayoría de salvadoreños hemos experimentado y con esfuerzos logramos superar o disimular.

Ponce quizás no pudo disimularlo. Varias veces lo encontré, ambos caminando en el centro histórica. La última vez no hace ni siquiera cuatro meses, pero como que entre los dos se erigió un distanciamiento de timidez (aunque no lo parezca, es uno de mis defectos que pocos saben porque si lo digo no me creen; pero tampoco importa).

Con el maestro de escuela rural en Guazapa que nos visitaba, al poeta Kijadurías y a mí en Editorial Universitaria, que bauticé como García Ponce, en ese entonces aprendiendo a pintar, y que nos seguía la corriente -a mí y a Kijadurías, al grado de aceptar cambiarse de nombre- quedo con una deuda pendiente: la imposibilidad de  repetir esos momentos difíciles de los años 60, pero constructivos en el arte y la literatura.

Quema la incertidumbre de por qué perdió su alegría; la pena y el sentimiento de no haberlo encarado. Lo investigaré en sus colores que son su sangre, sus nervios, el corazón de un artista, ahí donde vivirá desde estas horas nuestro querido García Ponce.

San Salvador, América Central, junio 21 de 2009.












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