Cuando pasaban los dos por el pueblo eran observados por el cariño que ambos se entrelazaban, eran inseparables.
Ella siempre lo acompañaba a diario al trabajo y se quedaba observándolo y cuando el tomaba su almuerzo ella lo acompañaba al terminar su tarea se encaminaban al rio y el siempre estaba presto a bañarla y deleitaba el paisaje aquella silueta donde el agua deslizaba a través de su cuerpo bien trazado en ese engendro atlético de la naturaleza.
Ya tarde retornaban juntos y paseaban por el pueblo que después de una jornada de trabajo a tomar sus alimentos y descansar para esperar un nuevo día los cuales vivían a plenitud.
Así pasaban el tiempo hasta que un día esta desapareció así de repente y no quedo rastro alguno, el hombre estuvo para volverse loco y la busco por cantones y caseríos, llanos y praderas, salía por la madrugada y regresaba tarde ya cansado y apesumbrado y había desaparecido por encanto y así pasaron los meses hasta que un día sin ton ni son se dio la noticia que la habían encontrado pero si en malas condiciones, pero con vida.
El regreso con ella le contento y le dedico todo su tiempo tratando de recuperarla para volver a vivir sus días felices, su esperanza le daba ánimos aunque la muerte le hizo una mala jugada y ella falleció, para lo cual el hombre desconsolado no tuvo mas que hacerle un entierro con honor y en el epitafio decidió grabar la siguiente frase.
“Aquí yace mi yegua retinta patas blancas mi fiel compañera”
No hay comentarios:
Publicar un comentario